La Encuesta de Hogares, divulgada la semana pasada por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), plantea una realidad insoslayable: el desempleo, pobreza y desigualdad se incrementaron en Costa Rica durante la crisis. ¿Qué más podemos decir de este diagnóstico tan desalentador? Sabemos que hay una relación muy grande entre esas variables negativas y otras más positivas como el crecimiento de la producción (PIB) y la disminución de la inflación. De ahí se derivan algunas lecciones importantes. Las principales se resumen a continuación.
Si definimos la crisis económica como un período donde el crecimiento de la producción se vuelve negativo, notamos una alta correlación entre las variaciones en la expansión del PIB y el incremento del desempleo. Eso sucedió en Costa Rica en el período 2008-2009, cuando el desempleo como porcentaje de la fuerza laboral pasó del 4,9% al 7,8%. En cambio, en el período de alto crecimiento del PIB, comprendido entre 2006 y 2008, el desempleo abierto más bien se redujo, ubicándose en 4,6 % 4,9% en 2007 y 2008, respectivamente. De ahí se deriva una primera lección muy importante: para disminuir el desempleo es fundamental hacer crecer la economía vigorosamente. Y, para lograrlo, los sectores público y privado tienen un rol importante que desempeñar. Sentar las bases institucionales y regulatorias para estimular la inversión y expandir el PIB, es una de las principales funciones que debe satisfacer el Estado.
Las variaciones en los niveles de pobreza se relacionan con otras variables muy bien definidas y también relacionadas: crecimiento del ingreso de las familias, por un lado, y, por otro, el alza en los precios de la canasta básica (inflación) utilizada para determinar quiénes se ubican por debajo o por encima de la línea de pobreza. El ingreso de los trabajadores que integran las familias, a su vez, depende de las fuentes de trabajo en la economía que, como mencionamos, también se relaciona con el incremento de la producción. Con un alto crecimiento del PIB, habrá mayores fuentes de trabajo y, por consiguiente, mejores posibilidades de disminuir la pobreza. Así lo corrobora la comparación de las cifras registradas en el 2006-2008 frente a las del 2009: la pobreza en el primero de esos períodos cayó al 16,7% y 17,% en 2007 y 2008, respectivamente, cuando la economía crecía vigorosamente, pero subió al 18,5% en 2009 como consecuencia del decaimiento en la producción.
De aquí se deriva la segunda lección: el crecimiento del PIB contribuye a disminuir no solo el desempleo, sino, también, los niveles de pobreza de la sociedad. Pero surge una pregunta fundamental: ¿por qué no se redujo más la pobreza en 2007-2008 cuando se registraron tasas de crecimiento más vigorosas y por qué subió tan poco la pobreza este año cuando la producción decayó alrededor de un 1,5%? La respuesta estriba en la inflación. En los primeros dos años de comentario subieron los ingresos y el empleo de manera notoria, pero los precios de la canasta básica subieron más aceleradamente, hasta alcanzar un 22% en 2008. Eso afectó el nivel real de los salarios e impidió que cayera más el nivel de pobreza. Pero en 2009, como consecuencia de la fuerte caída en la inflación, el costo de la canasta básica apenas subió un 10%, muy por debajo del registrado un año atrás. Y de ahí se deriva una tercera lección: controlar y reducir la inflación es fundamental para disminuir la pobreza.
Finalmente, la distribución del ingreso también pareciera tener algún efecto positivo en la distribución del ingreso, sin que eso signifique, desde ningún concepto, que es el único factor por considerar. Pero hay algunas cifras que encienden una luz para explicar el problema. El coeficiente de Gini se utiliza para medir cuán bien (o mal) está distribuido el ingreso de las distintas sociedades. Cuanto más se acerca a 1, más desigual se distribuye el ingreso en la sociedad. En el 2008 fue de 0,424, pero con la crisis del 2009 subió a 0,439. Mientras que en el 2008, cuando el PIB se expandía a tasas más positivas, las personas ubicadas en el quintil más pobre veían crecer sus ingresos proporcionalmente más que los ubicados en los quintiles más afluentes, mientras que durante la crisis experimentaron una reducción más acelerada, comparada con los incrementos registrados por los más ricos. Y esa es la cuarta conclusión: las crisis económicas las sufren con más intensidad quienes menos tienen. Por eso hay que evitarlas.
En resumen, para combatir el desempleo, la pobreza y mejorar la distribución del ingreso, es menester acelerar el crecimiento de la producción y mantenerlo de manera constante en esos niveles, y, además, reducir la inflación y mantenerla constante en niveles más bajos. Esta estrategia está en el ABC de la economía convencional. Lo que falta es orientar las políticas para lograr los objetivos a la vez.
Editorial del Diario La Nación:
http://www.nacion.com/ln_ee/2009/noviembre/02/opinion2144609.html